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Lo social y la identificación grupal

El psicoanálisis, desde sus orígenes, ha ofrecido una profunda comprensión de la mente humana, explorando las complejidades del inconsciente y las dinámicas internas que guían el comportamiento individual. Una de sus contribuciones más notables es la capacidad de conectar la psicología individual con la psicología social, revelando cómo las interacciones con los demás influyen en la formación de la personalidad y en las conductas dentro de la sociedad.

El sujeto humano se encuentra en constante interrelación, formando parte de grupos, comunidades y colectividades que moldean su aparato psíquico. Este aparato, esencialmente social, se construye a través de identificaciones con figuras significativas a lo largo de la vida, como padres, educadores, acompañantes y compañeros de ruta. Estas identificaciones no solo influyen en cómo nos percibimos a nosotros mismos, sino también en cómo nos relacionamos con el entorno.

Freud consideraba la identificación como un mecanismo central en la constitución de la psicología grupal. En los grupos, los individuos se identifican tanto con el líder como entre ellos, reforzando la cohesión y homogeneización del grupo. Aquí ya hay una idea importante que acoger, pensando en lo que atrae y permite a los jóvenes participar y perseverar en un movimiento juvenil.

En el ámbito familiar, un niño no solo emula los aspectos de sus padres que admira, sino que también internaliza sus normas y expectativas. Esta dualidad, de admiración y represión, contribuye a la formación de la personalidad y prepara al individuo para su integración en la sociedad. Sin estas identificaciones, el sujeto carecería de un sentido coherente de sí mismo y tendría dificultades para establecer relaciones saludables con los demás.

Freud postuló que, desde el nacimiento, el individuo comienza a constituirse a través de sus relaciones interpersonales, un proceso que alcanza su punto álgido durante el complejo de Edipo. Este complejo simboliza el conflicto inconsciente que el sujeto debe reprimir para integrarse como ser social. El deseo de posesión del progenitor del sexo opuesto y la rivalidad con el del mismo sexo generan conflictos internos que deben resolverse para lograr una personalidad equilibrada.

En este marco psicoanalítico, es importante considerar cómo estas dinámicas edípicas pueden manifestarse en las formas de vida comunitaria de diversas instituciones, grupos y movimientos. Muchas veces las dinámicas familiares se reproducen o repiten de manera inconsciente en las comunidades, revelando similitudes con el complejo de Edipo.

En estas comunidades, por ejemplo, el superior o el líder, puede ser visto como una figura paterna o materna, desencadenando sentimientos ambivalentes de admiración y resentimiento, similares a los que se experimentan hacia los padres durante la infancia. Estas tensiones no son infrecuentes y pueden reflejar rivalidades entre los miembros de la comunidad, semejantes a la competencia entre hermanos por el afecto o la atención de los padres.

Así, los grupos humanos pueden convertirse en escenarios donde las dinámicas familiares se proyectan inconscientemente, dificultando el proyecto de vida comunitario y obstaculizando una fraternidad armónica. Los conflictos de poder y autoridad, las envidias, los celos y alianzas son expresiones de estos procesos inconscientes que, aunque sutiles, complican la convivencia y revelan la profundidad con la que las relaciones familiares iniciales marcan nuestras interacciones sociales a lo largo de la vida.

Volvamos nuevamente al conflicto edípico; éste debe empujar al individuo a reconocer que sus deseos tienen límites, es decir, que no tenemos derecho a todo o a todos y que debemos aceptar las normas sociales y culturales para convivir. Por ejemplo, en una sociedad donde se valora la competencia y la independencia, el niño debe aprender a canalizar sus impulsos agresivos y competitivos de manera que no sean destructivos para sus relaciones sociales.

 La rivalidad con la figura paterna y la lucha por el afecto materno generan tensiones que, al ser reprimidas, contribuyen a la formación del superyó. El superyó, como heredero del complejo de Edipo, internaliza las normas y valores parentales, funcionando como una instancia reguladora que equilibra los impulsos del ello con las restricciones de la realidad.

Este componente del aparato psíquico es responsable de la conciencia moral y ética del individuo, guiando su comportamiento hacia lo que es socialmente aceptable. Por ejemplo, una persona que ha internalizado fuertes valores de honestidad y responsabilidad tendrá una tendencia a actuar de manera ética incluso cuando no haya una supervisión externa. En el caso de la vida consagrada, los religiosos sabemos que hay valores y normas que derivan de nuestra constitución y reglamentos que deben ser vividos y respetados y que no cabe aquí que cada una se construya su propia legislación.

Gustave Le Bon y Sigmund Freud ofrecieron perspectivas complementarias sobre cómo el individuo se comporta dentro de un grupo. Le Bon, en su obra “La Psicología de las Masas”(1912), sostiene que las masas poseen una “alma colectiva” que altera el comportamiento individual, llevando a las personas a actuar de maneras que no lo harían en solitario. Según Le Bon, las masas tienen una capacidad para la sugestión que puede transformar incluso a individuos racionales en agentes de acciones irracionales o impulsivas.

Por otro lado, Freud, en “Psicología de las Masas y Análisis del Yo”(1921), argumenta que no existe una mente grupal independiente, sino que las acciones de la masa son simplemente exteriorizaciones del inconsciente individual. Para Freud, las dinámicas grupales permiten la liberación de pulsiones reprimidas que normalmente están contenidas en el individuo. En este sentido, la masa actúa como un catalizador que facilita la expresión de deseos y emociones que de otra manera permanecerían ocultos.

Un ejemplo contemporáneo de estas teorías puede observarse en el fenómeno de las redes sociales. Plataformas como X (ex Twitter) y Facebook pueden actuar como masas digitales, donde la sugestión y la aprobación social influyen en el comportamiento de los individuos. Las dinámicas de “like” y “shares” pueden amplificar sentimientos y acciones que, en un contexto individual, podrían ser considerados inapropiados o extremos; los internautas pueden publicar opiniones extremas o agresivas que se vuelvan populares, ya que los usuarios buscan reconocimiento y validación. Esto puede ser un reflejo de emociones o deseos reprimidos (como la ira o el deseo de pertenencia) que se expresan de forma más abierta en un grupo. Este entorno digital refleja tanto la perspectiva de Le Bon sobre la influencia colectiva como la de Freud sobre la liberación de pulsiones inconscientes.

La libido, entendida como una energía psíquica que se dirige hacia otros objetos y también hacia el propio yo, es fundamental en el proceso de formación de relaciones y cohesión social. No se limita únicamente a objetos sexuales tradicionales, sino que también se orienta hacia figuras de identificación y líderes dentro de un grupo. Esta orientación libidinal mantiene la cohesión del grupo y explica la lealtad emocional que los individuos sienten hacia sus líderes o ideales compartidos.

En el ámbito de los movimientos sociales, la libido puede manifestarse en la devoción hacia un líder carismático o hacia una causa común. Por ejemplo, en movimientos como el feminismo o el ambientalismo, la energía libidinal se canaliza hacia la identificación con líderes que encarnan los ideales del grupo, fortaleciendo la cohesión y el compromiso colectivo. Esta energía no solo motiva la acción social, sino que también facilita la creación de un sentido de pertenencia y propósito entre los miembros del grupo.

Además, la libido impulsa al individuo a relacionarse con otros para amarlos, imitarlos o construir proyectos colectivos. Sin la presencia de otros, el individuo no puede realizar sus actividades de manera efectiva, ya que las relaciones sociales son esenciales para el desarrollo personal y la cohesión grupal.

Por ejemplo, en un entorno laboral, la interacción y la colaboración entre compañeros son fundamentales para el éxito de proyectos y el bienestar individual dentro del equipo. La libido, como fuerza motriz detrás de las relaciones interpersonales y la cohesión social, juega un papel crucial en la formación y mantenimiento de las colectividades.

 

En el ámbito de las organizaciones, la energía libidinal puede manifestarse en la lealtad hacia la institución, la identificación con sus valores y la motivación para contribuir al logro colectivo. Esta energía no solo facilita la colaboración y el trabajo en equipo, sino que también puede crear un sentido de pertenencia y propósito entre los miembros. Sin embargo, cuando la libido se canaliza de manera inadecuada, puede llevar a dinámicas de poder desequilibradas y a la creación de estructuras jerárquicas y actitudes que limitan la libertad individual.

Otra característica de las masas es el fenómeno del contagio, donde dentro de una multitud, todo sentimiento y acto son contagiosos hasta el punto de que el individuo sacrifica fácilmente su interés personal por el interés colectivo. Este comportamiento contrario a la naturaleza individual se manifiesta únicamente cuando el sujeto forma parte de una multitud, asemejándose a un estado hipnótico en el que no se identifica claramente quién está influyendo sobre él.

Gustave Le Bon identifica la sugestionabilidad como una de las causas fundamentales de este comportamiento en las masas. El contagio es un efecto de esta sugestionabilidad, permitiendo que un individuo, al perder su personalidad consciente, obedezca todas las sugestiones del líder y cometa actos contrarios a su carácter y costumbres. Un ejemplo de esto puede observarse en las protestas masivas, donde la energía colectiva puede llevar a comportamientos que los individuos no exhibirían de manera aislada, como actos de vandalismo y delincuencia. También podríamos recordar lo que ocurre en tantos fenómenos sectarios, donde el grupo queda sometido al supuesto líder espiritual. 

Freud sostiene que estos comportamientos no son más que expresiones de deseos inconscientes reprimidos, como las pulsiones agresivas, que son liberadas temporalmente por la dinámica grupal. La masa, en este contexto, actúa como un conducto para la expresión de conflictos internos y deseos reprimidos, facilitando una liberación emocional que puede tener tanto efectos constructivos como destructivos.

 

Grupos como los neonazis o los grupos radicales religiosos muestran cómo la dinámica de masas puede facilitar la adopción de ideologías extremas. La sugestionabilidad y el contagio emocional dentro de estas masas pueden llevar a comportamientos violentos y a la perpetración de actos que los individuos no considerarían en solitario. Pero también se puede dar lo contrario.

En el contexto de un gobierno dictatorial, muchas veces los manifestantes no buscan la confrontación violenta, sino la expresión pacífica de su deseo de justicia y mejora de las condiciones de vida. A través de diversas expresiones, los manifestantes están canalizando sus frustraciones y deseos reprimidos de cambio en un entorno controlado, donde la unidad y la solidaridad entre ellos son más fuertes que el impulso hacia la violencia, a pesar de las posibles provocaciones del régimen.

Comprender la intersección entre la psicología individual y social permite apreciar la complejidad del ser humano, tanto en su interior como en su interacción con el entorno social. El psicoanálisis, al explorar estas dimensiones, no solo contribuye al desarrollo personal, sino que también ofrece herramientas para abordar conflictos grupales y sociales, promoviendo una convivencia más saludable y equilibrada en la sociedad.