Viatores Chile

Experiencias en el Consejo General: Un Viaje de Fe y Colaboración

Después de tantos viajes en este periodo de mi vida, podría parecer que los aterrizajes y despegues son sencillos, pero no debemos olvidar que, a pesar de haber acumulado muchas millas y de que estas experiencias se vuelven rutinarias, siempre traen consigo una serie de desafíos. En particular, los aterrizajes y despegues, tanto iniciales como finales, evocan una gama de sentimientos que requieren un esfuerzo especialmente consciente para garantizar que, en cualquier circunstancia, el aterrizaje sea óptimo.

 

El Provincial de Chile, a quien agradezco sinceramente esta oportunidad, me pidió que, con motivo de mi regreso al Capítulo Provincial, expresara en la Santa Misa que me tocó presidir al final del primer día, un breve resumen de mi experiencia en estos últimos años de servicio en el Consejo General, de modo que mi “aterrizaje” en Chile tuviera carácter oficial.

 

En primer lugar, quiero agradecer a Dios, a mi familia y a los hermanos de la Provincia de Chile.

Un agradecimiento especial va dirigido al P. Mick Egan, c.s.v., quien confió en mí, así como a los hermanos del consejo general y a nuestros traductores, con quienes compartí momentos gratificantes a lo largo de este tiempo.

 

Desde el primer encuentro, como si fuera una carta de vuelo, aprendí tres verbos que fueron la impronta de nuestro Padre General: ESCUCHAR, AYUDAR, ACOMPAÑAR. Estas palabras representaron una meta a alcanzar y un proyecto que nos involucraba a todos. Implicaban tener un corazón abierto para acoger, incluso, el dolor y la frustración que surgen al no lograr plenamente, lo que uno se proponía. Tampoco puedo olvidar a tantos hermanos que, con su acogida a lo largo de estos años, nos permitieron experimentar la cercanía de la comunidad viatoriana. Cada uno de ellos me hizo sentir lo que significa vivir en “internacionalidad”: somos diferentes, pero no indiferentes.

 

Nuestra cultura no sofoca nuestra cercanía y comunitariedad; al contrario, nos fortalece en la misión. La vigilancia y perseverancia de los más ancianos se une a la fuerza y generosidad de los más jóvenes, lo que nos permite percibir el “Espíritu en la Misión”. Sin embargo, también he aprendido que debemos tener cuidado. Necesitamos estar alertas ante la “ilusión” de creer que no tenemos limitaciones. No reconocer nuestros errores, nuestro pecado e incluso nuestras debilidades, nos convierte en presa fácil de la tentación de pensar que yo solo puedo resolver todas nuestras dificultades.

Esto nos puede llevar rápidamente al individualismo y al mesianismo, que amenazan la comunidad y el llamado a la misión. Por ello, estamos llamados a superar la tentación del desánimo, que nos lleva a pensar en procesos de conclusión.

Hoy, más que nunca, es momento de renovar nuestras metas y desafíos. Parafraseando una recomendación del Venerable Padre Querbes a sus religiosos contemporáneos, siempre es bueno “volver a Vourles”. Este es nuestro “sensus fidei”, donde encontraremos la orientación y el camino que la fe en el Señor va sembrando en nuestras almas. Por gracia, esto nos ayuda a “entender” y, al mismo tiempo, “conformar” nuestra vida de fe, nuestra comunitariedad y nuestra misión en la fuente de nuestro carisma.

 

Para concluir, quiero compartir dos palabras que rondaban mi corazón y mente durante mis días como vicario y que hoy entiendo como un desafío: “Internacionalidad colaborativa”. Considero que estas palabras son una de las invitaciones que nos hace el Papa Francisco a vivir en sinodalidad. Para que nuestra vida religiosa viatoriana sea siempre una oportunidad para ir más allá del anhelado crecimiento o necesario bienestar económico, primero debemos ver nuestras diferencias culturales no como limitantes, sino como oportunidades reales que enriquecen al conjunto.

Se trata de no destruir lo propio, sino de enriquecerme con lo del otro. En segundo lugar, y en estrecha relación con lo anterior, debemos facilitar el compartir, empeñarnos en crear lazos, construyendo una especie de “mente de colmena” donde la colaboración de todos nos permita responder a los desafíos que la Iglesia y el mundo nos plantea hoy.

P. Claudio José Ríos Saavedra, c.s.v.