Uno de los elementos que condujo el proceso de aggiornamento en el Vaticano II fue el de mantener, desde una interpretación renovada y fiel de la tradición, una actitud de diálogo con el mundo y una apertura a los nuevos descubrimientos de las ciencias humanas, naturales y sociales. Gaudium et spes insta a “reconocer y emplear suficientemente en el trabajo pastoral no sólo los principios teológicos, sino también los descubrimientos de las ciencias profanas, sobre todo en psicología y en sociología, llevando así a los fieles a una más pura y madura vida de fe” (62). Esto no es algo nuevo en la historia de la Iglesia. La primera comunidad cristiana y los padres de la Iglesia se auxiliaron de las corrientes culturales y filosóficas de su tiempo para comunicar el mensaje del evangelio y dar respuesta a los interrogantes fundamentales sobre Dios y el ser humano. Llama la atención que aún se observa en algunos cristianos una mirada recelosa a toda propuesta o pensamiento que no surja de un sujeto creyente o no esté avalada oficialmente por la Iglesia. Olvidan la acogida que tuvo la filosofía platónica y aristotélica respectivamente en la teología agustiniana y tomista y otros esfuerzos por integrar la revelación con los descubrimientos de las ciencias o con procesos históricos que influyeron en las posturas de la Iglesia sobre diversos temas. Un ejemplo de esto es el movimiento que generó al interior de la Iglesia la filosofía marxista, suscitando nuevas comprensiones sobre la cuestión social y la dignidad del trabajo, explicitadas en la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII, publicada en 1891. Durante el año 2023, las primeras páginas del comunicado estuvieron dedicadas a comentar los artículos del credo apostólico con sencillas meditaciones teológicas; ahora, en este curso, deseo reflexionar sobre algunos conceptos surgidos de la tradición psicoanalítica y tratar de integrarlos y discutirlos con problemáticas o preguntas que surgen desde nuestra experiencia humana, espiritual y la práctica pastoral. El cuerpo teórico psicoanalítico es extenso y diverso y es una disciplina que en este último tiempo he estudiado y reflexionado con pasión y entusiasmo. Personalmente me ha ayudado muchísimo a comprender la realidad humana y social y, especialmente, a mí mismo. No me siento ni un experto ni un erudito; solo agradezco la oportunidad de poder plasmar en estas páginas mis inquietudes y ayudar a la reflexión. Sé que esta temática puede no ser de interés para alguno de ustedes y lo comprendo; pero es también una manera de compartir lo que tengo y lo que soy. Son variadas las escuelas psicoanalíticas que han nacido a partir de su fundador Sigmund Freud; dentro de ellas existe una multiplicidad de autores con matices y perspectivas distintas. Algunos incluso han hecho planteamientos que podrían pensarse casi opuestos a los de Freud. Es entonces importante subrayar que cuando hoy hablamos de psicoanálisis no nos referimos solo al pensamiento de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, ni tampoco a una teoría y práctica uniforme ni homogénea; es una disciplina que se ha ido desarrollando al pensar al sujeto que emerge en cada época cultural y adquiere rasgos y características distintas. Hoy, por ejemplo, se pregunta el psicoanálisis sobre el impacto que tiene en la psiquis las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial, reconociendo que a temprana edad los niños ya tienen acceso a pantallas con las cuales interactúan, disminuyendo su capacidad para desarrollar el lenguaje y de relacionarse con otros cara a cara. La principal característica de esta disciplina es buscar la verdad de cada sujeto que es considerado único y original; es decir, existe un respeto absoluto a su subjetividad. Aunque hay conceptos que pueden englobar un fenómeno común y establecer una teoría, no pretende ser una única verdad que desea ser impuesta. Freud dio varias definiciones del psicoanálisis. Una de las más explícitas se encuentra al principio del artículo de la Encyclopedic aparecido en 1922: “Psicoanálisis es el nombre de un método para la investigación de procesos mentales prácticamente inaccesibles de otro modo; es un método, basado en esta investigación, para el tratamiento de los trastornos neuróticos y una serie de concepciones psicológicas adquiridas por este medio y que en conjunto van en aumento para formar progresivamente una nueva disciplina científica”. En resumen, es un método de investigación del inconsciente, a través de los síntomas, y sus formaciones (palabras, actos, olvidos, lapsus, chistes, sueños); una técnica psicoterapéutica (escucha, asociación libre, transferencia) que desea curar el sufrimiento humano y un cuerpo teórico que surge especialmente de la clínica con los pacientes y apoyada por indagaciones de diversos autores. Personalmente estoy más posicionado en esta última vía, ya que las anteriores requieren ser abordadas desde una práctica clínica que no poseo del todo.
La historia de las relaciones entre psicoanálisis y la Iglesia católica son fascinantes, extensas, pero también conflictivas. No es el motivo de estas páginas abundar en el tema, pero es bueno indicar que el psicoanálisis no ha recibido ninguna reprobación directa ni oficial de la Iglesia1; sin embargo, en la década de los 50, grupos conservadores instaron al Vaticano a realizar una condena del psicoanálisis, pero la intervención de diversas figuras eminentes del campo psiquiátrico, psicológico y psicoanalítico, en el ámbito católico, evitaron tal intento (Domínguez, 1995). Lo que sí ocurrió fue la censura a varios teólogos (L. Beirnaert, A. Godin, A. Plé, J.M. Pohier; M. Oraison, G. Zilboorg, entre otros) que realizaron los esfuerzos por hacer dialogar seriamente la teología y el psicoanálisis, algunos de ellos abriendo camino a nuevas comprensiones de la sexualidad, el pecado, la culpa, la dirección espiritual y el discernimiento vocacional. Efectivamente, el estudio freudiano del fenómeno religioso ha sido una de las críticas hacia la religión más inmisericorde que se han verificado en el siglo XX y, a partir de ella, la Iglesia ha visto con recelo y desconfianza estos planteamientos. No obstante, esta crítica -que, en parte, es fruto de la época que le tocó vivir a Freud- ha permitido que varias propuestas teológicas excluyan de sus postulados toda perspectiva mágica, ilusoria y desencarnada de la experiencia espiritual. Este ha sido el trabajo serio al cual se ha dedicado toda su vida el jesuita español Carlos Domínguez Morano acogiendo la solicitud de Vaticano II: a través de las ciencias profanas, llevar “a los fieles a una más pura y madura vida de fe” (GS 62). La idea es entonces acercarse a algunos conceptos psicoanalíticos sin prejuicios ni desconfianzas, sino manteniendo esa actitud de diálogo con una corriente que se ha propagado en diversas áreas de nuestra cultura y la vida cotidiana. Recordemos la confesión que hace el Papa Francisco al sociólogo francés Dominique Wolton cuando afirma que visitó durante seis meses a una psicoanalista judía argentina para trabajar ciertos temas personales, la cual le ayudó mucho y a la que consideraba una persona muy buena. Ella, poco antes de morir, se encontró con el Papa para tener un diálogo espiritual con él. Freud descubre el inconsciente, a partir de su práctica clínica. Se daba cuenta de que ciertas enfermedades, tales como con la histeria o la neurastenia, comprendidas solo como fenómenos fisiológicos, no podían ser curadas con los métodos tradicionales. En la histeria los conflictos psíquicos se manifestaban en síntomas físicos, como ataques semejantes a los de los epilépticos, cegueras, contracturas, paraplejias, etc; síntomas que no tenían como fuente una causa neurológica. En la experiencia de la escucha de estos pacientes, por un lado, Freud se da cuenta de que, en la medida en que la persona verbalizaba recuerdos y experiencias traumáticas, los síntomas iban desapareciendo y, por otro, había momentos en que a la persona se le hacía muy difícil recordar, como si se resistieran sus hechos y vivencias del pasado a ser revelados. Es decir, había un ámbito psíquico que era desconocido para el sujeto, pero que influía en su cuerpo y en su mente. Desde un comienzo, Freud tiene como principal objetivo, en su nueva propuesta terapéutica, aliviar el sufrimiento humano a partir de la comprensión de la neurosis y otras enfermedades psíquicas; junto con ello abordará en su larga trayectoria y con diversas modificaciones, en sus cientos de artículos2, su teorización sobre la sexualidad, la interpretación de fenómenos culturales y sociales y su técnica terapéutica. Freud acuña el concepto inconsciente en 1896. Es una palabra que ya había sido utilizada por otros autores, pero era entendido como lo “no consciente” (Home Kames) o como aquello que no se podía conocer. El inconsciente freudiano tiene una especificidad propia; no es un lugar considerado inaccesible, sino que regresa constantemente a través de sus formaciones, como lo indicamos en los párrafos previos. No está en silencio, irrumpe insistentemente y es así, bajo sus formaciones, como captamos su lógica: estructurada como un lenguaje (Lacan). El descubrimiento del inconsciente trae consigo variadas consecuencias que pueden enriquecer nuestra antropología cristiana; por el momento menciono solo tres. La primera de ellas nos hace afirmar que no conocemos todo el dinamismo de nuestra psiquis; nuestra vida emocional tiene dimensiones inconscientes que ignoramos. Todos hemos
1 Pio XII, crítico a los planteamientos freudianos, especialmente por su postura pansexualista – crítica que me parece injusta- indicaba que un método psicoterapéutico podría ser aceptado si se cumplen tres condiciones: a) que excluye de su método la búsqueda de las causas sexuales prefiriendo a la investigación psicoanalítica un tratamiento "indirecto" centrado en la conciencia y respetuoso del "dominio de sí; b) se debe evitar violar el secreto de la confesión y respetar la resistencia de los pacientes que se niegan a "decir todo"; c) debe aceptar la existencia del pecado o la culpa, que trascienden del sentimiento de culpabilidad y sólo son absueltos por la contrición y el perdón sacramental. En estas palabras la Iglesia no condena ni el freudismo ni el psicoanálisis, sino que trata de fijar una condición de la psicoterapia en la que los freudianos tendrían un lugar siempre y cuando respeten las reglas de la moral cristiana. (Cf. E. Roudinesco, La batalla de los cien años, Historia del psicoanálisis en Francia, 1993, p. 200) 2 La edición en español de la editorial Amorrortu, está compuesta por 24 tomos que alcanzan a completar 8408 páginas.
vivenciado actitudes, actos y expresiones verbales que no sabemos por qué se producen, se realizan o se dicen. Es decir, no somos conscientes de todo lo que nos sucede y varias veces ignoramos las causas de nuestras sufrimientos y conductas. Quien diga que sabe muy bien por qué actúa de una manera o experimenta ciertas emociones, o declara que comprende todo lo que vive, se engaña o, mejor dicho, se miente a sí mismo. Para indagar en todo aquello que está alojado en el inconsciente necesitamos pasar por un largo proceso de análisis con un terapeuta que nos ayude a escucharnos y a comprendernos a nosotros mismos, en un encuadre ético y profesional. Para mayor claridad, nadie podría analizar a otro, en el contacto cotidiano o mientras se conversa como dos buenos amigos. Lo que sí podría suceder en nuestras relaciones interpersonales, es caer en la cuenta que en nosotros o en los demás hay algo que debe ser analizado y acompañado, porque genera dificultades o conflictos. Una segunda consecuencia es el reconocimiento humilde de que no tenemos control total de nuestra voluntad, ni de nuestros deseos o impulsos. Recordemos el importante versículo paulino: “Porque yo sé que, en mí, es decir, en mi naturaleza débil, no reside el bien; pues, aunque tengo el deseo de hacer lo bueno, no soy capaz de hacerlo. No hago lo bueno que quiero hacer, sino lo malo que no quiero hacer” (Rm 7, 18-19). El apóstol se da cuenta que hay fuerzas interiores que no siempre domina y que arrasan con su libertad: es la condición limitada y frágil del ser humano; somos “sarx”, la misma carne/humanidad que Jesús asumió. A esas fuerzas interiores, Freud le llamará pulsiones; de aquí que muchas veces llamamos impulsividad a esas respuestas rápidas, inesperadas y a veces irracionales, en las cuales buscamos una gratificación inmediata para reducir la ansiedad o la tensión psíquica. En otros comunicados abordaremos estos conceptos. La noción de inconsciente (Freud, 1915) fue uno de los tres grandes golpes que la ciencia había causado al orgullo narcisista de la humanidad. El primero lo realizó Copérnico cuando demostró que la Tierra no era el centro del universo. Luego vino Darwin a decirnos que no éramos los reyes de la creación. Y, finalmente Freud, nos comunica que no somos tan dueños de nuestros actos, pensamientos o incluso sentimientos como solemos creer. (Talarn, 2017) Una tercera consecuencia tiene que ver con nuestra experiencia del deseo. En Freud, el concepto de deseo no hace referencia a la necesidad. Por ejemplo, aunque digamos tengo deseo de comer algo sustancioso o de dormir porque estoy cansando, eso es para nuestro autor más, una necesidad fisiológica que un deseo psíquico. Tampoco es un anhelo, como un sueño o esperanza que quiero lograr en mi vida o una meta alcanzar. El deseo es inconsciente; está ligado a las primeras experiencias de vida, especialmente a nuestro vínculo estrecho y fusional con nuestra madre. Pensemos en un bebé que recién nace; no tiene consciencia de sí, no sabe que es alguien ni que hay otro que está afuera de él, aunque ese otro marcará su existencia; sus primeras experiencias están ligadas a la satisfacción que siente de ser alimentado, saciado y calmado por el pecho de la madre. El bebé se hace uno con su madre y en esa experiencia de placer o de disminución de la tensión que genera tener hambre, quedará marcada una huella para siempre: buscar satisfacciones en alguien o en algo que nos llene por completo. Sin duda que el deseo psíquico nace ligado a una necesidad fisiológica, pero luego se desprende de ella para transformarse en algo netamente psíquico. Por eso nosotros durante toda la vida buscamos y nos esforzamos, inconscientemente, a restablecer la situación de la primera satisfacción: tal moción es la que Freud llama deseo. Lo interesante del concepto es que lo que se desea -que nunca logra satisfacerse por completo- es siempre una especie de “fantasma” o “fantasía”, algo que no es concreto ni preciso, aunque creamos que sí lo es. ¿No hemos experimentado a lo largo de nuestra vida una cierta insatisfacción permanente? Recordemos cuántas satisfacciones, que nos han permitido dar sentido a la vida, quedan rápidamente en el pasado provocando que volvamos a buscar nuevos amores que nos devuelvan a ese estado de gozo. Es necesario remarcar que en ciertas propuestas espirituales se suele confundir ese objeto de deseo fantasmático con la aspiración básica de un creyente de encontrar a Dios. Ni Dios, ni el sacerdocio, ni la misión encomendada, pueden llenar por completo el deseo del ser humano, ni ser considerado como esa aspiración total que el deseo busca. Si esto ocurriera estaríamos convirtiendo a Dios en un sucedáneo de una de las fantasías más arcaicas y regresivas, creyendo que somos capaces de no experimentar ningún tipo de separación, ni falta. (Domínguez, 2004). Dios será siempre ese Otro que nos trasciende, cuya distancia nos permite seguir buscándole
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