A menudo ha circulado en algunos artículos académicos la metáfora del iceberg atribuida a Freud, como una explicación visual de las dos tópicas freudianas, pero más bien hay que asignarla a su amigo austro-inglés Stefan
Zweig. La primera tópica hace referencia a la tríada, consciente, preconsciente e inconsciente; la segunda, al Yo, Superyó y Ello. Recordemos que los icebergs se convierten en un peligro para la navegabilidad de las diferentes embarcaciones teniendo que rodearlos, ya que normalmente estos, ante los ojos humanos, en
muchas ocasiones se ven pequeños; sabemos que el 85% de su masa y composición se encuentran debajo del agua, pudiendo derribar una embarcación.
Tal como la parte de los icebergs que está debajo de la superficie marítima es desconocida para un navegante, también la dimensión inconsciente es desconocida para el sujeto humano. El “Ello” es la parte primitiva y pulsional totalmente ignorada y que podemos conocer por sus síntomas y que obedece al principio del placer o que busca eliminar el displacer; el “Superyó” es la dimensión derivada de lo aprendido a nivel de normas y valores, a consecuencia de la relación con los padres, con la educación y la cultura; y el “Yo” es la instancia que tiene que lidiar con los impulsos del Ello y los diques que la conciencia moral nos va señalando. Esa tensión es lo que genera las psiconeurosis, conflictos de múltiples formas que podemos padecer. Para Freud la personalidad neurótica, pasa a ser una personalidad
normal, no exenta de sufrimientos, diferenciándose de las estructuras psicóticas y perversas.
La formación del inconsciente se inicia en los primeros momentos de la vida. Desde que llegamos al mundo comenzamos a experimentar una serie de sensaciones, vivencias y emociones, que, debido a nuestro sistema nervioso en desarrollo, no podemos fijarlas en la memoria. ¿Qué ocurre con la manera en que fuimos amados, cuidados, entendidos, escuchados, o fuimos odiados, rechazados, o frustrados? ¿Esas vivencias fueron olvidadas o están en algún lugar de la psiquis? Decir que se borraron o no son tan importantes indicaría que no fueron relevantes, llegando a concluir que da lo mismo como un niño es tratado en su primera infancia. Esto sería un absurdo; investigaciones acerca de las consecuencias del abandono o de la falta de cuidados en la niñez, hay por montones circulando en la red. Otra cosa, es que, luego de un trabajo psíquico y espiritual, los traumas infantiles y adolescentes puedan ser integrados de tal manera que nos permitan insertarnos en el mundo de una manera adecuada y aceptable.
Pensando en la vida religiosa, si un candidato ha experimentado carencias o heridas psíquicas,
habrá que ver en su desarrollo vocacional, y con un acompañamiento efectivo, si es idóneo para asumir las exigencias de la vida consagrada. Y esto no solo hay que pensarlo para aquellos que han padecido situaciones difíciles de aceptar, sino que para todo religioso; ya que todo individuo ha experimentado, en distintos grados, traumas y crisis propias de la condición humana: desprenderse del seguro vientre materno, el comienzo de la sociabilización educativa, los conflictos en la adolescencia o las dificultades para pasar del egocentrismo a la alteridad, etc. Hay muchos religiosos que probablemente han perdido ya su idoneidad vocacional porque no lograron un desarrollo de capacidades necesarias para convivir con otros y ser parte de un cuerpo apostólico con un proyecto común; esto se puede evidenciar en serias dificultades para las relaciones interpersonales, aislamiento, indolencia, agresividad, incapacidad para pedir perdón o reconocer el error, rasgos intensos de narcisismo, etc.
Volviendo al origen del inconsciente, en él residen las huellas que dejaron estas vivencias y experiencias primitivas. “Lo inconsciente de la vida psíquica no es otra cosa que lo infantil”, subrayó Freud (1915). El inconsciente se puede entender como una instancia donde residen ciertos contenidos. Uno de estos contenidos son las vivencias infantiles que no recordamos, pero que están cargadas de afecto. Otro de los elementos son los contenidos reprimidos de experiencias muy hondas e intensas que no se han podido elaborar. Contenidos que saldrán a la luz no de forma directa, sino que a través de una transacción entre el Ello y el Superyó llamada “formaciones del inconsciente o de compromiso” (palabras, olvidos, lapsus, reacciones impulsivas, sueños, etc.). En cambio, el preconsciente es como el inconsciente latente; un ejemplo de ello, es cuando no recordamos un nombre: si insistimos mentalmente, lo podremos recordar, apareciendo el nombre en la conciencia; esta última es más patente, pero transitoria y fugaz.
¡Haz el ejercicio de preguntarte! ¿De qué eres consciente en este momento? Puede que respondas con rapidez ciertos aspectos, pero es probable que necesites tiempo para elaborar más elementos pensados o sentidos.
Ahora te invito a que puedas revisar la figura inicial; no podemos interpretar la imagen pensando en que son límites rígidos. El “yo” es la conciencia, la cual tiene que lidiar con las demandas del Ello, las propias normas morales y la cultura; esta dimensión también contiene elementos inconscientes, lo mismo que el superyó. Solo el mundo de los deseos y las pulsiones, tal como las entiende Freud, son inconscientes. Al referirme a los contenidos inconscientes, quiero detenerme en la noción de pulsión (Trieb), concepto clave en pensamiento psicoanalítico y que puede ayudar a comprender nuestra condición humana y nuestra experiencia espiritual. Laplanche y Pontalis (2004), definen pulsión como una fuerza que empuja de forma indeterminada, en relación al comportamiento que ocasiona y al objeto que provee
satisfacción.
Se distingue de “instinto”, que es para estos autores un esquema comportamental heredado propio de la especie animal, que se desarrolla según una secuencia temporal, poco dispuesto a ser perturbado y responde a una finalidad concreta.
Por ejemplo, cuando llegue el momento dentro del ciclo sexual, el apareamiento entre dos mamíferos se dará de forma instintiva, siendo una acción completamente fisiológica, independiente de gustos, intereses, atracciones y seducciones. El macho no se fijará en los rasgos físicos de la hembra ni en la forma de comportarse o interactuar; solo satisfará su necesidad biológica producto del instinto. En cambio, el sujeto humano es un ser pulsional; la pulsión es una noción fronteriza entre lo psíquico y lo somático, como un representante psíquico de “los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal” (Freud 1915, 117).
La pulsión es una energía psicobiológica que rige la actividad del psiquismo humano. “Una pulsión
nunca puede pasar a ser objeto de la conciencia; sólo puede serlo la representación que es su representante” (Freud, 1915, p. 173). Estas representaciones pueden ser afectos, fantasías o, también, desde las pulsiones de autoconservación fisiológicas, necesidades, como el comer.
Te invito a recordar una situación o experiencia en donde has sentido un afecto amoroso hacia una persona, puede ser un amor de amistad, filial o más erótica. Sientes en tu cuerpo una sensación agradable de estar con esa persona; si es una atracción más sexual, sentirás un cosquilleo en tu estómago o un nerviosismo corporal. La vivencia somática irá unida a un pensamiento que generará un sentimiento agradable y placentero al dialogar, compartir o abrazar a esa persona. A eso le llamará Freud “Pulsión de Vida” (Eros), en síntesis, es el amor. No solamente esa pulsión buscará a una persona a la cual amar o unirse, también, a través de la sublimación, podrá expresar esa energía a través del trabajo, de un proyecto pastoral, del arte, o de una acción solidaria.
Ahora recuerda un intenso afecto de rechazo, rabia o incluso de odio hacia un amigo, compañero de comunidad o miembro de tu familia; tu cuerpo estará generando tensiones internas, un estado de impaciencia; tu rostro es probable que se desfigure o cambie de color; incluso tendrás ganas de alejarte o de confrontarlo directamente; habrá personas que se desquitarán con un objeto para descargar la furia y otros en cambio se van tensionar reprimiendo su pensamiento de atacar físicamente a alguien. Freud le llamará a esta pulsión, “Pulsión de muerte” (o de destrucción)3.
Freud (1915) describe que la pulsión sexual tiene 4 características: empuje, meta, objeto y fuente.
A continuación, describimos brevemente cada uno de ellos.
Para Freud (1915) el empuje es el factor motor de la pulsión, es decir “la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que ella representa (repräsentieren)” (p. 117).
La pulsión es siempre activa, aunque pudiera tener una meta o fin pasivo. En nuestra experiencia, experimentamos distintos tipos de impulsos, fuerzas y movimientos psíquicos con un correlato corporal.
La meta o fin de la pulsión es para Freud (1915) la satisfacción o el placer que se produce por la
supresión del estado de excitación o tensión de la fuente pulsional. La pulsión es invariable y las vías de
3 Pensemos en los actos vandálicos que surgen en protestas y manifestaciones políticas. Aflora inconscientemente la pulsión de muerte, queriendo destruir y borrar todo cuanto existe; las frustraciones, los rechazos infantiles, las faltas de amor, las decepciones se expresan de manera violenta… es el “retorno de lo reprimido”. También, aparece la pulsión de muerte en los atentados contra el propio cuerpo de adolescentes que se hacen heridas en sus brazos y piernas, queriendo apaciguar la angustia que se genera producto de conflictos y sufrimiento muy profundos que normalmente no son capaces de nombrar. Cuando no está presente la palabra expresando lo que se siente, el diálogo con otro y una escucha adecuada, aparece el cuerpo con todas sus expresiones mortíferas. La pulsión de muerte será para Freud una fuerza primaria que tiene lo viviente de retornar a lo inanimado.
satisfacción pueden ser diversas. No hay que pensar en el placer o satisfacción, solo desde el punto de vista sexual, que sin duda la pulsión busca alcanzar, sino que también en otros tipos de satisfacciones.
Para Freud (1915) el objeto de la pulsión es “aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta” (p.
118); es lo más mudable y endeble en la pulsión. No hay una determinación orgánica hacia un objeto específico en la pulsión. Puede haber múltiples sustituciones en cuanto al objeto y “también puede ser una parte del cuerpo propio” (p. 118); igualmente un mismo objeto puede servir a varias pulsiones. Aquí es clave entender que el objeto hace referencia tanto a personas, cosas como a realidades diversas; no se debe interpretar el concepto de objeto aplicado a una persona como una cosificación de aquella, sino que es una palabra que engloba cualquier entidad que el sujeto busca para amar o según el lenguaje psicoanalítico investir (indica en qué lugar la pulsión buscará descargarse). El objeto puede ser una persona, una vocación
o una cosa digna de ser apreciada.
La fuente es “aquel proceso somático, interior a un órgano o a una parte del cuerpo, cuyo estímulo es representado (repräsentiert) en la vida anímica por la pulsión” (Freud, 1915, p. 118). Aunque la pulsión surja de fuentes orgánicas, se nos da a conocer en el psiquismo por sus metas o fines, y no resulta imprescindible su conocimiento preciso. La pulsión, que es claramente una realidad psíquica, se apuntala en un miembro del organismo.
Pensemos en un ejemplo. Una mujer se siente atraída (fuerza) por un varón (objeto) y desea amar y ser amada porque se quiere sentir más completa y feliz (meta del placer) habiendo tenido experiencias anteriores positivas; y en su cuerpo (fuente) será desde donde experimente esta atracción que terminará probablemente en algún momento de esa relación con la unión sexual. Para Freud, la pulsión sexual en su desarrollo buscará finalizar en un encuentro íntimo, habiendo previamente experimentado pulsiones parciales tales como la conversación, el abrazo y el beso.
Debemos aclarar que no siempre la pulsión sexual4 tiene como meta el encuentro sexual, también la pulsión, puede cambiar de objeto y de fin; a eso le llamamos sublimación, fenómeno importante de ser comprendido por todo ser humano y especialmente por los célibes. Es decir, una persona casada o el religioso, podría sublimar la pulsión sexual de múltiples formas: el trabajo profesional, acciones solidarias, una expresión artística o creativa, la oración o la labor pastoral, etc. Para que exista la sublimación se deben dar ciertas condiciones que veremos en publicaciones posteriores.
Para finalizar este escrito les propongo tomar como ejemplo la figura de Jesús en un hermoso pasaje sublimatorio. El Señor les dice a los apóstoles: <<Con cuanta “ansia he deseado” (επιθυμια επεθυμησα) comer esta Pascua con ustedes antes de padecer>> (Lc 22.15). Aun cuando επιθυμια, que significa desear ardientemente, tiene una interpretación peyorativa y se utiliza para definir en Pablo a veces la “carne de pecado”, el evangelista la utiliza para hablar de esta fuerte inclinación (empuje) de Jesús de manera positiva.
El objeto de amor para el Señor es esencialmente el proyecto del Reino de Dios: <<amando a los
suyos hasta el extremo>> (Jn 13,1). Toda su vida fue derramando su amor, especialmente a los pobres y marginados y anunciado una imagen de Dios Padre muy distinta a la que los fariseos y maestros de la ley predicaban.
Su fin es hacer la voluntad de Dios padeciendo como un “siervo sufriente”; el fin de su vida, fue un actuar libremente como un Hijo obediente por amor al Padre.
La fuente se puede describir en Jesús en un momento crucial en el huerto de los Olivos donde
podemos imaginar la tensión corporal que tuvo que experimentar: <<comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte”, quédense ustedes aquí, y permanezcan despiertos conmigo. En seguida Jesús se fue un poco más adelante, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, y oró diciendo: “Padre mío, si es posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú>>. (Mt 26, 37-39)
4 No es fácil entender que la sexualidad para Freud, va más allá que lo genital y el acto sexual, sabiendo que esta dimensión que es pulsional, buscará la descarga y satisfacer el deseo erótico: la sexualidad es fuerza, es energía (libido). La sexualidad es relación; por eso buscamos objetos a los cuales amar; también esa misma sexualidad estará unida a fuerzas agresivas que tendremos que conocer cómo encauzar y limitar. Sobre todo Freud va a indicar que la sexualidad es compleja, conflictiva, problemática, y puede tener variados destinos. No podemos negar que la pulsión sexual traerá para el célibe diversas exigencias y conflictos, que luego de un gran trabajo psíquico y espiritual tendrá que aprender a sublimar para vivir en paz.
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