La fe en Jesucristo se fundamenta en el acontecimiento de su resurrección; es el gran signo donde se revela que Dios toma partido a su favor en el proceso en que los judíos y romanos han emprendido contra Él. La resurrección interpreta la crucifixión a la luz de la noción veterotestamentaria del justo sufriente y de la tradición sacrificial de Israel, asociada a Isaías 53; Jesús es el verdadero cordero sacrificial, la víctima de la alianza en la que se cumple el sentido más profundo de toda la liturgia veterotestamentaria.
El Credo no dice simplemente <<creo en Cristo>> sino en Jesús, el Cristo; es decir, significa: creo que “el Cristo es Jesús”, que el Ungido plenamente con Dios es Jesús.
Luego de dos mil años, es posible que para muchas personas la memoria de Jesús quede muy lejana, con el riesgo de desfigurar su rostro. Confesar que Cristo es Jesús sería una manera de evitar el miedo a Jesús, porque su vida conflictiva, su padecimiento tortuoso y su muerte en cruz a muchos les genera resistencias y les escandaliza. Por ello, saber bien quién es el Jesús que padeció es indispensable para comprender a quién Dios resucitó y cómo se nos ha dado a cada uno de nosotros.
La palabra griega Xristós es la traducción del hebreo Meshiah, que significa ungir y que acabó designando al portador de las esperanzas históricas del pueblo judío. Palestina era un importante productor de aceites, y tenían la experiencia de sus efectos embellecedores y fortalecedores sobre el cuerpo humano. La unción era muy importante en su cultura. Los reyes de Israel eran ungidos por los profetas para simbolizar la misión que Dios les encomendaba; pero tras los fracasos de sus monarcas, Israel comenzó a esperar a alguien que estuviera ungido de Dios y por Dios, y que el aceite fuera el mismo Dios.
Según González Faus, el hecho de que Jesús sea Rey o Sacerdote no significa que este sea una característica más de lo que conocemos como sacerdocio o señorío, sino su única realización. Por eso, no sólo se debe confesar "Jesús es el Señor", sino "El Señor, eso es Jesús" (la frase griega Kyrios Jêsus pone primero al Señor como si fuera el sujeto y no el predicado de la frase); del mismo modo se debería decir: “el Ungido es Jesús”. Al hablar de Cristo no podemos perder la referencia mesiánica. Tal como los antiguos construyeron una nueva palabra al decir “Jesucristo” nosotros deberían acostumbrados también a decir “Jesumesías”.
Siguiendo nuestra reflexión, se observa que tanto el Credo de Nicea como el Credo de los apóstoles conservan los dos títulos, pero en orden inverso. El credo de Nicea dice: «y en un solo Señor Jesucristo, Hijo único de Dios», destacando la unicidad tanto de su filiación como de su señorío y el símbolo de los apóstoles dice: <<en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor>>.
Cuando se dice <<único>> no expresa que podría haber habido más hijos, sino que sólo existe ese, es decir, no puede haber más: Jesucristo es el Hijo total, la donación plena, personal y absoluta de Dios. Aunque no suele usarse mucho, sería mejor utilizar la palabra Unigénito.
Sin duda que es más útil la palabra Hijo, convirtiéndonos a todos en hermanos y convirtiéndose Él de unigénito en primogénito, abriéndonos un espacio para llamar a Dio2s Abbá.
Jesucristo es para nosotros el don total de Dios al mundo, quien ve a Jesús ve a Dios Padre, abajándose para acercar al hombre a Dios, e igualándose a nosotros para que nosotros nos hagamos semejantes a Él. San Juan de la Cruz afirmaba que en Jesucristo Dios nos ha dicho todo lo que tiene que decirnos, porque Jesús es su única Palabra. Esta idea cuestiona ciertas actitudes de personas piadosas que buscan hoy revelaciones y experiencias espectaculares, para sentirse únicos y especiales, pero no tanto para buscar cómo practicar hoy el Evangelio.
El título <<Único Señor>> es un tanto ambiguo, pues puede ser entendido como un mero título de cortesía o puede significar el deseo de una entrega total. Pero también es un título polémico, porque se empleaba como un concepto que divinizaba a los emperadores y el señorío del César. Cuando los cristianos pronuncian la formula Jesús el Señor, late ahí una oposición al imperio y lo que algún autor califica como “la primera teología política”.
González Faus dice que muchos cristianos han puesto todo el acento en la formulación teórica de la filiación de Jesucristo, pero no han puesto la misma intensidad en la vivencia práctica del señorío de Jesús y esto probablemente, porque decir que Jesús es el único Señor tiene consecuencias muy serias que nos asustan.
Podemos preguntarnos: ¿hay en mi vida otros señores o absolutos distintos de Jesús?; por ejemplo, el dinero, mis éxitos, el reconocimiento, el hedonismo, la fama, etc. La experiencia de fe no es creer sólo en enunciados, es entregar una vida con total confianza al proyecto de Jesús que queremos verdaderamente testimoniar y practicar.
El Credo añade aquí un adjetivo aparentemente inocente, pero muy serio: Jesucristo es <<nuestro>> Señor, es decir, de todos los creyentes. Con eso instaura una identidad entre todos nosotros que transforma las relaciones humanas y refuerza la fraternidad e igualdad entre los hijos en el Hijo: todos tenemos un único y mismo absoluto para nuestras vidas.
Al profesar esta creencia en la divinidad de Cristo, debemos cuidarnos de no caer en los excesos de los docetistas o monofisitas. Para los docetistas, la humanidad de Jesús era sólo un ropaje que Dios se ponía para andar "de incógnito" sobre la tierra, apareciendo como alguien que tenía la apariencia de un ser humano.
Para los monofisitas, la naturaleza humana de Jesús se disolvía en la naturaleza divina, siendo asumida por la divinidad. El problema está en que muchos cristianos, incluso, creyéndose defensores de la verdadera ortodoxia, no admiten que Jesús haya experimentado límites y fragilidades. Para ellos no hay diferencia entre el Hijo eterno y el Hijo eterno hecho hombre.
Si buscáramos la máxima precisión teológica posible, en vez de decir <<Jesucristo es Dios>>, deberíamos decir más bien que <<Jesucristo es sacramento de Dios>> o <<Jesucristo es el rostro humano de Dios>>. La humanidad de Jesús no es inteligible de la misma manera que su divinidad. La humanidad de Jesús podían percibirla sus coetáneos con los ojos del cuerpo, pero su divinidad, solo con los ojos de la fe. De esta manera podemos comprender que los discípulos estuvieran interrogándose persistentemente “¿quién es este hombre?”; después de la resurrección, entendieron que era el Hijo de Dios hecho hombre.
Una verdadera fe <<en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor>> debiera conducirnos a una transformación de todo nuestro ser, colocando nuestra vida en relación con Dios. La persona que se ha encontrado con Jesucristo experimenta un nuevo impulso, colmado de esperanza en el futuro; una esperanza incluso contra toda esperanza.
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