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Creer hoy

Durante este año 2023, queremos proponer en las primeras páginas del comunicado una lectura espiritual de los artículos del Credo, con el objetivo de ayudar a vivir nuestra fe, transmitirla y testimoniarla. Para ello explicitaremos el Credo[1] que solemos rezar habitualmente en la eucaristía dominical y en algunas solemnidades y fiestas y que es llamado “El Credo de los apóstoles”.

Una lectura espiritual implica integrar dos preguntas, por una parte, cómo la tradición ha interpretado cada afirmación del Credo y por otra, cómo el creyente, como miembro de la Iglesia, se apropia y personaliza esta fe que profesa y que guía su camino de salvación. Este modo de determinar la espiritualidad, como la "apropiación personal del hecho cristiano", sigue la definición que H. U. Von Balthasar da a la espiritualidad, como “la cara subjetiva de la dogmática” o su “dimensión mistérica[2].

Como dicen Winling[3], la espiritualidad es la apropiación personal de la dogmática, la cual quiere explicitar al hombre de hoy una adecuada interpretación de la Palabra de Dios y cómo se han comprendido las verdades de fe a lo largo de la historia. Si se separan estas dos disciplinas, la dogmática y la espiritualidad, corremos el riesgo de que la teología quede fijada en un sistema especulativo sin vida y la espiritualidad se convierta en un sentimentalismo en busca de emociones fuertes extraviando el fundamento evangélico. “Los conceptos teológicos sin experiencia religiosa están vacíos; las experiencias religiosas sin conceptos teológicos están ciegas [4].

            Esta es la tarea que, con la ayuda de la gracia, debe realizar cada cristiano en vista a madurar su fe y manifestar de manera más significativa cómo vive el misterio de Cristo en su vida. Debe conocer la fe que profesa y, a su vez, encarnarla en su vida, reconociendo que el sujeto de la espiritualidad es la Iglesia misma; por lo tanto, nos convertimos en sujetos creyentes en la medida que participamos en la subjetividad de la Iglesia[5].

El Papa Benedicto XVI afirma que si alguien preguntara cuál es la esencia del cristianismo explicado en cinco minutos, un profesor de teología diría que esto es imposible ya que se necesitarían muchos semestres para poder exponer toda la revelación y lo que implica la opción creyente. Esto puede ser cierto, pero Benedicto XVI, siguiendo el mandato de Jesús (Mt 22,35-40), dirá que quien ama auténticamente es verdaderamente un cristiano; para él, la salvación no se basa en las teorías que un ser humano haya tenido sobre Dios y sobre el mundo; la salvación no depende en síntesis de la fe dogmática, sino únicamente del amor. Dios nos ama no porque seamos buenos ni virtuosos, sino por él es bueno[6]; aunque no tengamos nada que ofrecerle, él igualmente nos ama, puesto que quiere que ese amor sea manifestado a toda persona que se relaciona con nosotros.

El problema está en que ese amor es siempre limitado e imperfecto. Aunque experimentemos el amor incondicional de Dios y decidamos amar a los hermanos, ese amor es frágil y vivido muchas veces conflictivamente. No obstante, se puede aceptar que puede haber reciprocidad en el amor, y que dos personas se puedan amar de forma madura; sin embargo, el amor humano trae siempre consigo la tendencia a girar en torno a sí mismo, colocándonos en el centro de la relación; es imposible amar de forma pura y totalmente limpia. Dirá el Papa Benedicto XVI que tendemos a construir y ver las cosas y a las personas en relación al propio yo; nuestro yo se transforma en un satélite en el cual los demás deben girar para que nosotros nos sintamos felices[7].

En consecuencia, ante la fragilidad de nuestro amor, y ante la ilusión de que seremos felices en la medida en que los demás giren en torno a nuestras propias necesidades, interviene la fe. La fe viene a significar el déficit de nuestro amor que todos padecemos; esa fragilidad es colmada por la sobreabundancia vicaria del amor de Jesucristo.

La fe nos dice sencillamente que Dios mismo ha derramado en abundancia su amor sobre nosotros y de este modo va cubriendo, a lo largo de un proceso, toda nuestra carencia. Entonces la fe cristiana anima a realizar este “giro copernicano y en dejar de considerarnos el punto central del mundo alrededor del cual tienen que girar los demás[8]. Finalmente, lo que encontramos en los dogmas es, en último término, comentario de la “única realidad fundamental decisiva y verdaderamente suficiente del amor de Dios y de los seres humanos[9]: Dios y su amor sobreabundante revelado en la persona de Jesús por medio de su Espíritu.

Entonces, decir “creo”, es, en primer lugar, afirmar un conjunto de verdades reveladas y que han sido explicadas en cada época histórica y desde los particulares contextos culturales, y que necesitamos apropiarnos y personalizar desde nuestra subjetividad de creyentes y en comunión con la comunidad eclesial. Verdades que sólo pueden ser el despliegue de la lógica del Evangelio que es la presencia misma de Cristo, corazón de la fe cristiana. Para el creyente, el Credo sólo puede ser oído y pronunciado en el lugar donde el Evangelio le habla como Buena Noticia, es decir, como palabra que da vida.

De ahí que el dogma debe ser capaz de ser comprendido y vivido para liberar al cristiano de todo aquello conducente a la deshumanización de sus hermanos; es decir, el dogma nos debiera liberar de ser discriminador y cristiano, de ser injusto y cristiano; de ser soberbio y cristiano, etc.  

En segundo lugar, y por sobre todo, decir “creo” es una forma de relacionarse, con el ser de Dios y con la existencia humana desde un fundamento, un suelo firme y sólido; fe es confianza y fidelidad; dicho de otro modo, tener fe y decir “creo” es tener la certeza de que estamos sujetos a Dios, asentados confiadamente sobre la tierra de la palabra de Dios. La fe es una relación de escucha. Recitar el Credo, o decir “sí” como los catecúmenos en la noche de Pascua, es responder a una palabra dirigida a mí.

La fe y su expresión en el Credo es finalmente una decisión fundamental, una forma de posicionarse en el conjunto de la realidad y un camino de sentido para el ser humano. Si la fe no es un camino de sentido, cada sujeto deberá buscarlo y construirlo, con la ayuda de su pura razón, con las dificultades que eso conlleva y los riesgos de perderse o fracasar en el camino. Junto a lo anterior, tampoco la fe se puede transformar en una especie de ropaje que la persona asume como un rol o una identidad que no transforma; es una fe que se vive como un talismán o fetiche que nos protege de los males y dolores y que nos aliena de la realidad personal y social. 

Creer como cristiano significa, en efecto, confiarse al sentido que me sostiene y que sostiene al mundo, aceptarlo como el firme cimiento sobre el que puedo mantenerme en pie sin miedo alguno. Creer como cristianos comporta reconocer que el sentido - que nosotros no podemos construir, sino tan solo recibir - nos ha sido ya regalado, de suerte que no necesitamos más que acogerlo y confiarnos a él. En consonancia con esto, la fe cristiana es la convicción de que el don que se recibe precede a la tarea que luego estamos llamados a realizar.

 



[1] En el texto Magisterio de la Iglesia, llamado por también por el apellido de su autor y recopilador de los textos magisteriales, Denzinger, recoger setenta y seis “Credos”.

[2] H.U. von Balthasar, Espiritualidad, en " Ensayos teológicos”, Vol 1, Madrid, 2001, 221-242.

[3] Cf. R. Wiling, La teología del siglo XX, Salamanca, 1987, p. 297.

[4] Idem.

[5] H.U. von Balthasar, 226.

[6] Cf. J. Ratzinger, El Credo hoy, Sal Terrae, Santander, 2012, 13

[7] Cf. J. Ratzinger, op. cit, 16.

[8] Ibid, 14.

[9] Ibid, 17.

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