La realidad del cuidado afecta a toda la persona en su integralidad, cuerpo, mente, afectividad y espiritualidad. En el ámbito sanitario, por ejemplo, los profesionales tienen como objetivo no solamente cuidar y generar un bienestar en el paciente, sino que también curarlo, o recuperar su salud de la mejor manera posible. Por otro lado, no solamente cuidamos a los demás, sino que también cuidamos de nosotros mismos; cuidamos de nuestra salud y de mantener un sentido de la vida que nos permita reconocer nuestra existencia como digna de ser vivida.
Las personas que poseen una autoridad o han asumido profesiones en que su objetivo fundamental es la ayuda a los demás, están llamadas a cuidar porque se enfrentan día a día a la condición limitada y vulnerable del ser humano. Si hay necesidad de cuidados es porque somos frágiles y finitos. Nuestra vida, desde su nacimiento, circula en medio de diversos cuidados, porque el cuidado humaniza el mundo y es la respuesta ética ante la fragilidad humana.
Aristóteles decía que el cuidado implicaba delicadeza, receptividad, respeto y atención a nuestra frágil humanidad (López, 2010). La ética del cuidado buscará atender las necesidades de los demás desde actitudes tales como el altruismo, la generosidad y el desprendimiento.
Somos vulnerables físicamente y lo hemos experimentado con la pandemia; también psicológicamente, porque las dificultades de la vida generan malestar y angustia; y también somos vulnerables socialmente, pues al pertenecer a diversos grupos y colectivos experimentamos las tensiones y conflictos interpersonales que surgen por intentar construir proyectos comunes; también somos espiritualmente frágiles, pues el pecado es una realidad que nos puede ir deshumanizando y nuestro egoísmo nos va incapacitando para el seguimiento de Cristo.
Cuidarnos es un imperativo de nuestra vida en sociedad, porque siempre habrá a nuestro alrededor personas que, por su situación, se encuentran más indefensas y dependientes: los niños, los enfermos, los pobres, etc. La respuesta ética ante la fragilidad será el cuidado de lo vulnerable.
No se trata de un paternalismo, autoritario, directivo y vertical; se trata de un cuidado, acompañamiento y orientación que ayuden al desarrollo y salud integral de las personas. Cuando pensamos en la ética del cuidado no estamos pensando en un discurso solo filosófico, sino en aquella dimensión humana que ilumina el vivir juntos, el saber relacionarnos y actuar en cada situación de forma responsable y profesional.
La filósofa Ester Busquets propone diez virtudes que conforman los elementos constitutivos del cuidado, y que se espera que todos aquellos que ejercen una responsabilidad las hagan crecer y las practiquen. Ellas son: la disponibilidad, la veracidad, la confianza, la paciencia, la comprensión, la afabilidad, el consuelo, la alegría, el cuidado de sí.
La invitación sería que todos aquellos que tienen una responsabilidad en el acompañamiento, orientación y cuidado de otros, pudieran revisar la presencia de estas cualidades en sus vidas.
La disponibilidad. La persona disponible está preparada para servir y ser requerida por los demás en la medida de sus posibilidades. Es lo opuesto a la persona que está muy ocupada en sus propios intereses y muy llena de sí misma.
La veracidad. No es fácil decidir cómo se usa la verdad que se posee sobre la realidad de una persona. No se le puede ocultar la verdad a un sujeto sobre su situación, pero con el fin de ayudarle a superar la dificultad, muchas veces esa verdad debe ser expresada de forma tal, que no implique una resistencia a la ayuda o al tratamiento. Todo dependerá del estado físico, psíquico o espiritual de la persona. Junto a lo anterior, se podría aceptar desde una ética del cuidado, respetando lo más posible la autonomía, que se actúe con cierto paternalismo acotado, indicando a la persona que vive una vulnerabilidad lo que necesita o tiene que hacer.
La competencia. Esta es una de las virtudes imprescindibles en la ética del cuidado. Quien ejerce un servicio con un nivel de autoridad debe poseer las competencias necesarias para desarrollar el ideal de su profesión. Una persona competente está permanentemente revisando su quehacer con un espíritu crítico. No estamos hablando solo de la preparación técnica, sino, sobre todo, de la competencia ética. Es decir, una persona que respeta sagradamente la dignidad de los demás y está preocupada sinceramente en la búsqueda de su bien.
La confianza. La confianza no es una realidad que surge en la relación humana de forma automática, es más bien un logro, fruto del trabajo de parte del cuidador. Confiar es tener fe en alguien, en un proyecto o en una institución. Es creer en alguien y en lo que dice o promete; cuando confiamos sabemos que la persona no fallará y que le dirá la verdad. La confianza será fundamental para que alguien se pueda dejar ayudar y acompañar.
La paciencia. Es una virtud humana, que expresa la capacidad del ser humano de resistir y soportar dolores, sufrimientos e incomodidades que impiden vivir con paz y tranquilidad. Se resiste un mal para alcanzar un bien, no para provocar otro mal. Se podría añadir que la paciencia es también la capacidad de saber esperar que los objetivos, metas o anhelos se puedan alcanzar a un ritmo que no siempre podemos controlar. La paciencia no es indolencia o indiferencia, siempre implicará una postura activa ante las tareas que nos hemos propuesto.
La comprensión. Para comprender lo que está viviendo la persona a la cual servimos es clave ser capaz de comprenderse a sí mismo, con nuestras fortalezas y debilidades; ser capaz de entrar en el propio mundo permite entrar en el espacio interior de los otros que será siempre tierra sagrada. Por otro lado, será importante, para esta comprensión, evitar los prejuicios y tratar de entrar en diálogo con una visión más limpia y respetuosa de la persona que se encuentra en una situación de vulnerabilidad. Se trata entonces de comprender la situación que viven los demás para facilitar lo que ellos buscan y necesitan.
La afabilidad. Ser afable significa ser alguien cordial, agradable y apacible en el trato con los demás. La afabilidad, en el contexto del cuidado, se precisará en el respeto a la intimidad, la delicadeza en el trato, la empatía y la escucha activa.
El consuelo. El consuelo aflora en momentos en que la situación es irreversible. El consuelo no repara ni restaura nada, pero ayuda a hacer más soportable el dolor y sufrimiento que experimentan personas que caminan con nosotros.
La alegría. No hablamos sólo de un buen humor, que sin duda es importante para enfrentar la vida, sino de una alegría que es más profunda y que se experimenta incluso en momentos difíciles.
Es la alegría de vivir. Es una alegría que no surge tanto por los éxitos y logros personales, sino por el hecho de acoger la existencia como un don.
El cuidado de sí. El cuidado de sí expresa una actitud consigo mismo, con los otros, y con el mundo en general. Si nos proponemos apoyar a los demás necesitamos cuidarnos a nosotros mismos. El autocuidado nos protegerá de “quemarnos”, especialmente cuando desarrollamos tareas que implican estar en contacto con la vulnerabilidad de los demás. El cuidado de sí mismo debe abarcar el cuerpo, la espiritualidad, el tiempo libre y la relación amistosa y fraterna con los demás.