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Acoger el miedo

Estamos viviendo un tiempo muy difícil a nivel global. Es un escenario que nuestra generación jamás imaginó que pudiera ocurrir, aunque Bill Gates lo anticipara en el 2015 o las películas de Hollywood nos mostraran cómo se propagan los virus.  El COVID-19 que se originó en Wuhan, China y que se ha propagado por todo el mundo es un fenómeno realmente dramático. Lo que ha ocurrido en diversos países, como Italia, España y otros del centro de Europa, ha sido impresionante. Siempre es doloroso ver morir a un ser querido, pero lo es aún más cuando no puedes darle el último adiós en un funeral como se merece.

Aunque ha habido tantos adelantos y progresos científicos y técnicos, esta pandemia nos recuerda nuestras debilidades, límites y fragilidades humanas. Una minúscula partícula cien veces más pequeña que una célula y que necesita de esta para vivir, se ha transformado en un huésped tan perjudicial y nocivo para nuestro organismo. Esperamos que pronto se pueda encontrar una vacuna para este virus.

En el hemisferio sur hace semanas que estamos tomando las precauciones ante una realidad de la cual no nos podemos librar. Ya son miles los contagiados y otro no menor número de fallecidos. Y sabemos que la inoculación del virus irá en aumento, esperando que sea paulatino y no logre colapsar el sistema de salud. La situación económica de nuestros países tendrá efectos que impactarán seriamente a muchísimas familias; y, como siempre, afectará a los más pobres y marginados.

Frente a esta realidad también aparecen signos muy hermosos de solidaridad y de compromiso de diversas personas que colaboran en diversas instancias estatales o civiles buscando la manera de disminuir las consecuencias de este virus. Los signos del reino, como pequeñas semillas, van apareciendo sin darnos cuenta. Debemos hacer un especial reconocimiento a los trabajadores de la salud, que, con esfuerzo, incluso arriesgando su vida, están ayudando a salvar otras vidas.

Hay diversas emociones y sentimientos que brotan en nuestro interior, en su mayoría difíciles de aceptar y acoger en situaciones como esta. A veces no sabemos dar nombre a lo que experimentamos y más aún, la expresión de estos afectos se nos complica, conflictuando la relación con los demás.

Una de estas emociones básicas que podemos estar vivenciando en esta época es el miedo. La emoción del miedo es aquella que surge cuando estamos ante un peligro o cuando sentimos que algo o alguien nos puede dañar. También podemos sentir miedo cuando enfrentamos algo nuevo e incierto.

Es probable que esta emoción, que suele ser intensa y pasajera, se transforme en un sentimiento, -menos intenso, pero más estable en el tiempo- en razón de que los estímulos exteriores e internos y las circunstancias se mantienen o aumentan.

Frente a la pandemia, vamos poco a poco sintiendo que la situación va avanzando hacia algo más grave, aumentan los contagiados y los fallecidos. Comenzamos a pensar y fantasear que nos podemos infectar y nos preguntamos qué pasaría si se contagian nuestros familiares y seres queridos.  Sin duda que lo anterior es muy probable, pero si tomamos los resguardos necesarios y guardamos la cuarentena, podrá disminuir notoriamente la probabilidad.

Como todo sentimiento, el miedo es amoral, no es malo ni bueno; no se pude controlar, sólo surge, se manifiesta; tampoco depende de nuestra libertad; el desafío es reconocerlo, acogerlo y expresarlo adecuadamente.

El miedo se problematiza cuando nos conduce a ciertos niveles de angustia y ansiedad que pueden trastocar en demasía nuestra vida cotidiana. Dicho de otro modo, cuando el miedo nos paraliza y nos impide realizar los quehaceres habituales con cierta normalidad, hay que buscar una ayuda más profesional.

En lo concreto, ¿cómo evitar que se transforme este fenómeno en un pánico colectivo? ¿Vamos a vivir en una permanente desesperanza y angustia? Esta pandemia ¿es una posibilidad para sacar lo mejor de nosotros mismos, para cuidar y proteger nuestra salud y la de los demás ante un peligro real? ¿Es una oportunidad para cambiar al mismo tiempo mi actitud ante la vida? ¿Es el momento para revisar cómo estamos construyendo las relaciones humanas al interior de nuestras sociedades?

El evangelista Marcos (Mc 4,35-41) nos presenta el relato de la tempestad calmada.  La escena es conmovedora. La barca se encuentra en medio del mar y comienza a hacerse de noche. De improviso emerge una fuerte tempestad, rompiendo con las olas la barca. El grupo de apóstoles se siente que está en peligro: en cualquier momento se pueden hundir. Mientras tanto, Jesús duerme en la parte trasera; probablemente en el lugar desde donde se orienta el rumbo de la embarcación. No se siente amenazado. Su sueño tranquilo indica que en ningún momento ha perdido la paz. << ¿No te importa que nos hundamos? >>, le dicen los discípulos. Le reprochan su indiferencia: ¿por qué se desentiende?, ¿ya no se preocupa de sus seguidores? Son preguntas que brotan en la comunidad cristiana en los momentos de crisis.

La respuesta de Jesús es doble: << ¿Por qué son tan cobardes? >>, << ¿por qué tanto miedo?>> A los discípulos les falta confianza, no tienen valor para correr riesgos junto a Jesús: << ¿Aún no tienen fe? >>. Los discípulos viven la tempestad como si estuvieran solos, abandonados a su suerte; como si Jesús no estuviera en la barca.

         También nosotros nos hacemos las mismas preguntas que los discípulos en estos momentos donde globalmente sufrimos esta pandemia.  Sabemos que Dios no nos abandona ni se desentiende de aquellos a quienes ha creado, sino que nutre nuestra vida con un amor fiel y providente.

En el interior de la existencia está Dios, guiando nuestro ser hacia la búsqueda del bien. Nuestra fe no nos libera de los sufrimientos y dolores; pero arraiga al creyente en una total confianza en el Señor. Esto no quiere decir que Dios intervenga en nuestra vida como intervienen otras personas o variables. Dios respeta totalmente las decisiones de las personas y la marcha de la historia y de los acontecimientos. Lo que hace el Señor es ofrecer su gracia, su luz y fuerza para que nosotros la dispongamos hacia la búsqueda de lo bueno y colaboremos en la instauración del Reino en cada circunstancia que nos toca vivir. Así, la presencia providente de Dios no nos lleva a la pasividad o la inhibición, sino a la iniciativa y la creatividad. Más aún, al compromiso y a la lucha por aquellas causas que humanizan y que son fuente de fraternidad y esperanza.

Aunque podemos captar los signos de su amor, su acción permanece siempre inescrutable. Lo que a nosotros hoy nos parece negativo, puede ser mañana fuente de bien. Nosotros somos incapaces de abarcar la totalidad de nuestra existencia; se nos escapa el sentido final de las cosas y a veces ni siquiera podemos comprender el menor acontecimiento en sus últimas consecuencias.

Ante la tempestad que hoy día experimentamos, el Señor nos invita a tener fe y confianza. Aislados socialmente tendremos más espacios de encuentro personal con el Señor que podemos aprovechar. Que nuestra oración sea una sincera expresión de lo que sentimos y no un momento para racionalizar e intelectualizar lo que nos preocupa y nos hace sufrir. Que podamos poner en sus manos lo que tememos, pero también lo que anhelamos y esperamos.

Sigamos comprometidos en tomar las precauciones razonables y cuidar especialmente a nuestros adultos mayores. Habrá más tiempo para leer y reflexionar; para dialogar entre nosotros y con nuestros seres queridos. Seamos creativos en nuestras comunidades y familias. Que el buen Dios proteja y fortalezca a los enfermos, y bendiga a todos aquellos que trabajan en todos los rincones del mundo para sanarnos y protegernos. Que Nuestra Señora de las Gracias, Madre de misericordia, nos ampare e interceda por nosotros.

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