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Chile Despertó De La Indiferencia

Es muy complejo un análisis objetivo y exhaustivo de lo que ha pasado y está sucediendo en Chile en estos momentos. Yo no tengo total claridad. Sin embargo, me he atrevido, con mis límites y cegueras, a intentar hacer un análisis que -estoy seguro- será incompleto. Esta vez he agregado una página más. Espero no fastidiar al lector, pero el contexto político-social lo amerita.

Estas últimas semanas hemos vivido días difíciles, que están lejos de terminar. Hemos sido testigos de la manifestación legítima de muchos conciudadanos buscando más justicia y un acceso a condiciones de vida más dignas, especialmente en lo que se refiere a salud, pensiones, educación y salarios. El viernes 25 de octubre se reunieron en la capital un millón doscientas mil personas, en una marcha pacífica sin precedentes.

En los últimos años, el pueblo se ha sentido abusado por el alto costo de la vida, y porque la corrupción, que se ha gestado en diversas instituciones públicas, no ha sido erradicada y sancionada como corresponde. Es impresentable que diversas empresas se coludan para aumentar los precios de alimentos y medicamentos. Es escandaloso darse cuenta de que la canasta familiar en Santiago de Chile, vale casi lo mismo que en la ciudad de Londres, cuando el per cápita británico es casi el doble que el de nuestro país (25.000 dólares) y la gran mayoría de nuestros jubilados tiene un promedio de pensiones de 447 dólares para los varones y de 270 dólares para las mujeres.

Por otra parte, aprovechándose de este descontento, se han producido actos violentos y vandálicos inaceptables, nunca vistos después del retorno a la democracia. Se han quemado estaciones del metro santiaguino, edificios públicos y privados de la capital y de regiones; se han saqueado supermercados y tiendas de grandes marcas y pequeños locatarios. Esta violencia daña fuentes de trabajo y la vida cotidiana de millones de personas.

Habiéndose decretado el estado de emergencia por el presidente de la República, las fuerzas militares han salido a las calles a restablecer el orden y la seguridad, aplicando el “toque de queda nocturno” en varias ciudades.

Mucha gente se ha sentido más segura con su presencia y la de la policía; otros, en cambio, estaban en contra de su accionar, porque era militarizar el conflicto.  Producto del enfrentamiento de estas fuerzas de orden con manifestantes y saqueadores y debido a algunos incendios, han fallecido 20 personas y más de 2000 compatriotas han quedado leve o gravemente heridos.  El gobierno ha sido duramente criticado por no haber sabido controlar esta violencia y por el excesivo uso de la fuerza en algunas situaciones. Gobernar en estas circunstancias es extremadamente difícil.

El gobierno, conformado por partidos de derecha, ha impulsado varias medidas económicas y sociales para acoger las demandas, además de remover a ministros de estado; el ejecutivo ha señalado que han escuchado claramente a la ciudadanía y se comprometen a trabajar por una sociedad más justa. La oposición de centro izquierda considera que las medidas son insuficientes, pero acogen el llamado del gobierno a que se termine la violencia y se inicie un tiempo de diálogo para lograr un nuevo acuerdo social y legal que responda a las expectativas de la gente. Otra oposición, de una izquierda más radical, exige justicia y responsabilidades políticas por la violación a los derechos humanos; han pedido la renuncia del presidente a quien van a acusar constitucionalmente y afirman que mientras no exista un cambio del modelo económico y una asamblea constituyente, para una nueva constitución, van a seguir llamando a la gente a manifestarse.

Toda la sociedad está de acuerdo que deben realizarse grandes reformas, pero la gran mayoría quiere que se termine con la violencia para poder volver a la vida normal, sin olvidar las justas demandas sociales que se anhelan.

¿Cómo interpretar lo que ha ocurrido? Lo he dicho al comienzo, no es fácil. Todo lo que se diga será parcial e insuficiente, pero considero que uno tiene el deber de construirse una opinión, sabiendo que individualmente no somos dueños de la verdad. Esta debe intentar construirse colectivamente.

Se dificulta también el análisis porque estas manifestaciones son realizadas por personas social y políticamente muy diversas; no hay claridad en cuáles son las demandas prioritarias y no hay interlocutores directos con quienes dialogar. Los partidos políticos que han querido apropiarse de este movimiento han sido rechazados por la ciudadanía. Este es un desafío muy serio, puesto que no podemos renunciar al juego democrático.

-                     Descontento social generalizado. En estos últimos años Chile ha prosperado y se ha modernizado, pero se mantiene una desigualdad estructural que no se ha podido cambiar. Aunque en estos últimos diez años la pobreza ha disminuido de un 29,1 % a un 8,6% y la extrema pobreza de un 12,6 % a un 2,3%, el bienestar de algunos no ha llegado a toda la población, especialmente a la clase baja y media. Esta última no tiene tantos subsidios y ayudas sociales. Las promesas de campaña del actual gobierno no han sido totalmente cumplidas. Hay también una deuda pendiente de todos los gobiernos anteriores de centro izquierda, que no han sido capaces de saldar. Las causas son múltiples. Es un malestar que se ha ido enquistando en muchos ciudadanos. Hay una gran mayoría endeudada y que tiene dificultades para llegar a fin de mes. Además, experimentan alzas en la electricidad, agua, medicamentos, transporte y diversos productos básicos. En Chile se pagan muchos impuestos y la red de protección social es insuficiente y a veces ineficiente.

-                     Transformación radical del modelo económico o reformas profundas al actual sistema. Aunque no soy economista, lo que he podido leer es que algunos indican que estamos ante un modelo neoliberal a ultranza que debe ser eliminado, ya que ha mercantilizado las relaciones interpersonales y laborales; otros, en cambio, consideran que la actual economía social de mercado necesita grandes ajustes. No conozco con claridad lo que proponen aquellos que exigen el cambio del sistema. Me imagino que desean un modelo más estatista y asambleísta, nacionalizando todos los recursos naturales. Otros en cambio, optan por un modelo más mixto. Desean un estado fuerte, pero más pequeño, que disminuya sus gastos y que asegure la protección social a los más desfavorecidos y utilice correcta y eficientemente los impuestos que se desean aumentar a lo más ricos. Junto con ello, se pide mantener el apoyo a la iniciativa privada, ayudando a las pequeñas y medianas empresas, que son las que generan el 70 % de la fuente laboral, pero que sólo logran el 20% de las ventas a nivel nacional. El resto de las ventas las realizan las grandes empresas. Esto indica que la riqueza está concentrada en Chile. El Banco Central acaba de lanzar un informe que respalda esa repetida consigna: un 72 % de la riqueza del país es concentrada únicamente por el 20 % más rico.

-                     Distanciamiento de la ciudadanía y corrupción de la élite política, empresarial y social. Muchos intelectuales anunciaron esta crisis desde hace varios años atrás. La desconfianza hacia los políticos, los empresarios, las fuerzas armadas y la Iglesia ha ido en franco aumento. Las instituciones están cuestionadas. No hemos sabido escuchar y responder a las necesidades de la ciudadanía. Se nos ha olvidado la estatura ética que debe tener toda persona que tiene una cuota de poder y de influencia. Pero es de esperar que la clase política y todos los actores sociales estén a la altura de este momento histórico. Deben ser capaces de llegar a acuerdos y consensos por el bien de la nación. Tengo mis dudas, pero no puedo perder la esperanza.  Hay políticos en el parlamento muy radicalizados y pareciera que quieren gobernar sobre las cenizas.

-                     Es un movimiento social de una nueva generación. Los que han iniciado estas manifestaciones han sido especialmente jóvenes (Generación Z, de los 13 a los 21 años y Millennials, de los 22 a los 35 años). Luego se han unido adultos y otros grupos sociales. Es digno de valorar aquellos jóvenes que son sensibles a los sufrimientos y dificultades de sus padres y abuelos y se dan cuenta de que hay aspectos de nuestra sociedad que deben ser reformados. Lo que se puede plantear ahora es que históricamente esta fracción de la población contaba con "una cierta orientación ideológica”, que ordenaba y contenía su conducta, haciéndola "más racional y más instrumental". Hoy esto no ha estado presente. Las nuevas generaciones están huérfanas de orientación y peor aún, algunos mayores, impresionados por su valentía les idealizan compensando así sus propias culpas y responsabilidades frente a la crisis. El problema está en que algunos jóvenes consideran que su subjetividad, y el fervor e intensidad de las causas que abrazan acerca de la justicia, validan cualquier tipo de conducta, incluida la justificación de la violencia; consideran que es la manera de hacerse escuchar. En un mundo donde la subjetividad de cada uno es el árbitro final, las reglas y normas de convivencia escasean.

-                     Dificultades para controlar los impulsos. Existen teorías que explican la psicología de las masas, aplicando la psicología individual a la psicología social. Las masas, en momentos de crisis y conflicto padecen de una regresión que se puede acercar a los 6 u 8 años de edad. Aparecen conductas impulsivas; se imita fácilmente lo que hacen los otros, dejándose conducir irracionalmente a cualquier lugar donde los líderes nos lleven. Se potencia la agresividad que puede ser fuente de luchas por grandes causas, pero que tiene el peligro de transformarse en violencia, la cual debe ser siempre condenada. En este contexto, las sociedades tienden a desestructurarse, contemplando la realidad entre buenos y malos; esto genera miedo e incertidumbre; en consecuencia, aflora la angustia y la ansiedad. Hay factores detonantes en esta violencia que pueden ayudar a comprender el fenómeno, pero que en ningún caso la justifica.

La marginación y segregación urbana. Viven en barrios aislados y marginales. Sin los servicios básicos para vivir con tranquilidad, seguridad y esperanza de un buen futuro.

Jóvenes que actúan bajo la influencia del alcohol y las drogas. El consumo de marihuana y otras drogas se ha extendido. La necesidad de evadirse de los sufrimientos y de experimentar un placer que apacigüe el dolor, los lleva a un consumo que incide en sus decisiones y buen juicio.

Por otra parte, se puede lanzar la hipótesis de que no han recibido el apoyo y contención de los padres necesario para vincularse sanamente con los demás. Son miembros de familias donde ha faltado el amor y la comprensión; donde ha habido maltrato físico y psicológico; donde ha habido carencia de límites y de ejemplos de buen discernimiento.

Junto a lo anterior, muchos de ellos se sienten engañados por la impunidad ante los casos de corrupción y por políticos narcisistas preocupados de su propia inmediatez e imagen.

Finalmente, la economía de mercado y sus derivados les engancha en las redes del consumo y del exitismo individualista frente a los cuales sienten frustración porque no pueden acceder o delinquen para alcanzar uno de esos tesoros que la publicidad nos ofrece.

-                     La palabra de la jerarquía eclesial y el compromiso de los laicos. Ha habido dos declaraciones del comité permanente de la conferencia episcopal y algunas intervenciones personales de algunos obispos. Son textos que ayudan a la comprensión de la crisis y dan luz. Sin embargo, han tenido una mínima cobertura por la prensa. Ya lo sabemos, la Iglesia jerárquica chilena ha perdido influencia social y ya no es la voz de los perseguidos como ocurrió en los años 70 u 80. Nuestros pastores se sienten con poca fuerza moral, para hablarle al país. Para volver a ser una Iglesia profética, hay que aceptar esta realidad y preguntarnos como creyentes, cómo servir con mayor fidelidad al Evangelio y a nuestro pueblo. Los laicos están presentes en muchas instancias de la sociedad y están dando un testimonio de gran compromiso cívico con sabor a evangelio. Llena de esperanza que, en muchos espacios eclesiales, incluidas las escuelas y universidades, se esté hablando de estos temas y dialogando qué país queremos construir.

Tengo fe en mi patria y en su gente. Las justas transformaciones que anhelamos deben hacerse redactando leyes adecuadas y llegando a consensos y acuerdos; eso requiere tiempo y voluntad política; por lo tanto, también paciencia. Es una nueva oportunidad para preguntarse qué nuevas actitudes y qué valores me siento llamado a practicar y que pueden ayudar a cimentar nuevas relaciones interpersonales y una nueva cultura para aportar a la construcción de una mejor sociedad.