Viatores Chile

Desinstitucionalización de la experiencia religiosa​

En los últimos años, Chile ha experimentado un cambio significativo en las formas de vivir la religiosidad. Diversos estudios, como los realizados por la encuesta CEP[1] y la encuesta Bicentenario[2], evidencian una tendencia hacia la disminución de la participación religiosa tradicional, el aumento del número de personas sin religión y una transformación en la manera en que los individuos se relacionan con la fe. Estos cambios reflejan procesos más amplios de secularización, desinstitucionalización de la religión y una mayor privatización de la experiencia espiritual.

Según la encuesta CEP, el 48% de los encuestados se declara católico, el 17% se identifica con el mundo evangélico y el 31% se considera ateo, agnóstico o sin afiliación religiosa. Por su parte, la encuesta Bicentenario muestra que un 42% (frente al 45% en 2023) se adscribe al catolicismo, un 16% (comparado con el 17% en 2023) a la religión evangélica y un 37% (anteriormente un 33% en 2023) no sigue ninguna religión.

En relación con la creencia en Dios, la encuesta CEP revela que el 80% de los encuestados afirma haber creído en Dios siempre, un 11% señala que dejó de creer y un 7% sostiene que nunca ha creído. Por otro lado, la encuesta Bicentenario indica que el 71% declara una fe firme en Dios, un 16% manifiesta dudas ocasionales y un 12% expresa no creer en absoluto.

Además, la CEP reporta que el 44% de los encuestados no asiste nunca a servicios religiosos, salvo en ocasiones especiales como bodas o funerales. Un dato significativo que emerge de este estudio es que el 74% de los participantes está de acuerdo con la afirmación: «Tengo mi propia forma de conectarme con Dios, sin necesidad de iglesias ni ceremonias religiosas«.

El declive social de la religión y la individualización de la experiencia de fe son fenómenos que han transformado profundamente la manera en que las personas viven su espiritualidad en la sociedad moderna. Desde la década de 1960, sociólogos como Thomas Luckmann han observado que la religión ha perdido su presencia en el ámbito social, reduciéndose a una cuestión más personal y subjetiva. En su clásica obra “La Religión Invisible”, Luckmann argumenta que las trascendencias se han “encogido”, limitándose al ámbito individual y a creencias particulares.

Autores contemporáneos como Ulrich Beck, Hans Joas y Charles Taylor han profundizado en la idea de la opcionalidad en la práctica religiosa. En una sociedad donde la movilidad social del individuo es cada vez mayor, como señala Norbert Elias en “La sociedad de los individuos”, las creencias religiosas de generaciones anteriores no necesariamente se transmiten a los descendientes. Esta movilidad, tanto laboral como educacional y cultural, permite que los individuos se alejen de las tradiciones religiosas familiares y exploren nuevas formas de espiritualidad.

Por otro lado, Zygmunt Bauman (2000), en su concepto de «modernidad líquida», sugiere que la fragmentación de las estructuras sociales tradicionales ha hecho que la religión sea percibida como una opción más dentro del mercado de identidades. La espiritualidad ya no se vive como un compromiso comunitario, sino como una elección individual que puede cambiar según las circunstancias de la vida.

En Chile, aunque se observa un proceso de desafiliación religiosa, los índices de creencia y actividad religiosa permanecen altos. La Encuesta Bicentenario UC muestra que muchas personas siguen creyendo en Dios, Jesús, la Virgen y los milagros, aunque no se identifiquen con una Iglesia específica. A diferencia de Estados Unidos, donde es común que las personas cambien de iglesia, en Chile no se observa este movimiento de transferencia entre instituciones religiosas. Tales transferencias sí existen en Estados Unidos, donde hay un alto pluralismo denominacional y un amplio abanico de opciones religiosas, lo que permite que las personas aburridas o decepcionadas de una iglesia se trasladen a otra.

Como ya hemos precisado, la religiosidad chilena ha experimentado un proceso de privatización y desinstitucionalización, en el cual la experiencia de fe se vive fuera de los templos y sin la mediación eclesiástica. Factores como la modernización cultural, la globalización, los episodios de abuso y la influencia de ciertas ideologías transmitidas en la educación superior han contribuido a esta tendencia. Además, la prosperidad económica ha llevado a que las personas prefieran constituir su sentido de vida en el consumo o en prácticas no religiosas que generen bienestar.

Frente este fenómeno explicitado, la Iglesia está llamada a renovar su presencia en la sociedad con una actitud de acogida, diálogo y testimonio auténtico. Más que lamentar la disminución de la religiosidad tradicional, es el momento de volver a la fuente principal del cristianismo: el encuentro con Jesucristo vivo. Esto implica recuperar el primer anuncio, el kerigma, como el corazón de toda evangelización.

No se trata solo de transmitir una doctrina o una tradición, sino de proclamar con alegría que Dios nos ama, que Cristo ha dado su vida por nosotros y que su Resurrección nos despierta a una vida nueva. Jesús no esperó que la gente llegara al templo; salió a los caminos, se encontró con los excluidos y habló con quienes tenían dudas. Hoy, la Iglesia debe hacer lo mismo: ser un espacio donde quienes buscan, dudan o incluso se alejan, encuentren una comunidad que los recibe sin juicios y les ofrece la belleza de la fe como un camino de plenitud.

Para responder a este desafío, es urgente fortalecer una evangelización que no dependa solo de las estructuras tradicionales, sino que se haga presente en los espacios donde la gente realmente vive y reflexiona sobre su existencia. Pero esta evangelización no puede comenzar por normas o exigencias morales, sino por el anuncio vibrante del amor de Dios en Cristo. El kerigma no es una etapa inicial que se supera, sino el núcleo permanente que da sentido a toda la vida cristiana.

La Iglesia debe apostar por una formación cristiana que no sea solo doctrinal, sino también experiencial, mostrando que la fe no es una carga ni una obligación institucional, sino una respuesta a las búsquedas más profundas del ser humano. Esto requiere replantear los lenguajes, renovar las metodologías y, sobre todo, transmitir el mensaje de Cristo con un testimonio honesto, coherente y significativo.

Finalmente, la Iglesia en Chile necesita recuperar su credibilidad a través del testimonio concreto de una comunidad que vive con coherencia el Evangelio. En una sociedad que desconfía de las instituciones, la evangelización no será eficaz si no está respaldada por una vida cristiana comprometida con la justicia, la solidaridad y la dignidad de todos. Pero este testimonio solo es auténtico si brota del encuentro personal con Cristo y del fuego del Espíritu que transforma el corazón. Por eso, más importante que las estrategias pastorales, la gran urgencia es volver a lo esencial: anunciar a Jesucristo con pasión y alegría, viviendo lo que proclamamos. Solo una Iglesia que camina junto a la gente, que escucha sus dolores y esperanzas, podrá ser vista como una casa donde todos, creyentes y buscadores, puedan encontrar sentido, verdad y fraternidad.

[1] Centro de estudios públicos; https://www.cepchile.cl/encuesta/encuesta-cep-n-92

[2] Universidad Católica de Chile, https://encuestabicentenario.uc.cl/content/uploads/2024/12/Encuesta-Bicentenario-2024-FINAL-1.pdf